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Por lo tanto, ella me sugiere añadir a mi apellido algo más caritativo.
Entonces, fue cuando le propuse poner el apellido de mi abuela, madre de mi padre, Polnítskaya
Lidia Arkádievna, (es que de mi bisabuelo sabía demasiado poco), cuya vida matrimonial
transcurrió justamente en el período de caos revolucionario y la Guerra Civil, donde se
confundían las razas, religiones, estados y destinos, habiendo creado una nación,
hasta ahora, desconocida, pero con un soberbio nombre, que era “el Pueblo Soviético”.
En la actualidad no se suele hablar mucho de ello.
De aquellas fuerzas, buenas o malas, pero desenfrenadas, que unieron a Lidia, una noble adolescente,
y Boris Hainson, un comisario explosivo, mi abuelo, o al ucraniano Stepán Sherbína,
un simple cocinero, con una bella polaca, de tal grado del cual se han conservado sólo la
única letra “f”, en el nombre de mi otro abuelo y la belleza de mi madre.
Concediendo un tributo a la moda de hoy y aquellos tiempos remotos, no puedo decir nada exacto
con respecto a mi nacionalidad, ni tampoco acerca de mi religión.
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